Martes Santo -S. SANTA 2024-

Evangelio del día

Lectura del Santo Evangelio según san Juan

(13, 21-33. 36-38)

En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:
«En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».

Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.

Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.

Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
«Señor, ¿quién es?».

Le contestó Jesús:
«Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».

Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo:
«Lo que vas a hacer, hazlo pronto».

Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.

Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.

Cuando salió, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:
“Donde yo voy no podéis venir vosotros”».

Simón Pedro le dijo:
«Señor, ¿adónde vas?».

Jesús le respondió:
«Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».

Pedro replicó:
«Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».

Jesús le contestó:
«¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».

Palabra de Dios.

Reflexión

  1. “Jesús en la mesa con sus discípulos”. ¿No te recuerda este hecho momentos en los que nosotros estamos también en torno a la mesa con Jesús? Me refiero a la misa. ¿Qué semejanzas encuentras entre la misa y lo que nos dice el evangelio de hoy?
  2. “Uno de vosotros me va a entregar”, dice Jesús. ¿En qué cosas y acontecimientos de mi vida estoy traicionando a Jesús?
  3. “Me queda poco de estar con vosotros”. Jesús sabe lo que le espera. En cierto modo se está despidiendo. Usa la expresión “ser glorificado”: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre”. Quiere decir que su muerte va ser entrar en la gloria: “Dios lo glorificará en sí mismo”. Todo esto ¿No da una cierta luz a nuestra propia muerte? ¿Qué semejanzas existen?

Continuamos las Estaciones del Vía Crucis.

Hoy las Estaciones 5ª, 6ª, 7ª y 8ª.

“Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo. Y lo obligan a llevar la cruz”.

Era un desconocido y seguramente lo hubiera sido para siempre. Pero la historia ya nunca olvidará ese gesto. Cuando menos lo esperaba, se le complicó la vida. Venía de trabajar, volvía a su casa a descansar con sus hijos. Pero las circunstancias le cambiaron los planes. Y supo estar a la altura. Entonces no lo sabía; pero hoy lo sabemos hasta nosotros. Ayudó a un condenado a muerte, ayudó a Dios.

Lo que hagáis a uno de estos, los más necesitados, a mí me lo hacéis. Pero los cristianos todavía no hemos tomado en serio las palabras de Jesús. Seguramente estamos más dispuestos a hacer cualquier cosa “por Dios”, que a complicarnos la vida por los demás.

El cireneo ayudó a Dios ayudando a aquel condenado. Nosotros si ayudamos a quien lo necesita, ¿no estamos también ayudando a Dios?

Perdona, Señor Jesús, nuestra falta de fe para poder descubrirte en el hermano, en el enfermo, en el pobre. Y perdona nuestra falta de amor, por no prestar ayuda a quien la necesita.

“Pero yo soy un gusano, no un hombre; vergüenza de la gente, desprecio del pueblo. Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: ‘Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere”. (Sal 22, 7-9)

No lo cuentan los evangelios, pero lo ha recogido la tradición. En medio de tanta traición a Jesús, de tanto volverle la espalda los que se habían beneficiado de sus milagros, en medio de tanto odio de escribas, fariseos y sacerdotes, en medio de tanta indiferencia y malsana curiosidad, en medio de tanto ensañamiento cruel, tenía que haber una excepción.

Y tuvo que ser una mujer para que tomen ejemplo los que se las dan de fuertes. Ella limpió el rostro ensangrentado a Jesús y Jesús la obsequió plasmando su rostro, su imagen, su autógrafo, el rostro de Dios. Porque el rostro de Dios nos lo revelan los que sufren, los que tienen hambre, los marginados. Nadie como Jesús para revelar su rostro a quien tiene con él un gesto de amor.

Señor Jesús, que sepamos verte en el necesitado, en el que sufre, en el prójimo. Y movidos por el amor, hagamos en su favor lo que más le ayude.

“Al salir, se encaminó, como de costumbre, al monte de los olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: ‘Orad para no caer en tentación’. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra. Y, arrodillado, oraba diciendo: ‘Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Y se le apareció un ángel del cielo que lo confortaba.” (Lc 22, 39-42).

A pesar de la ayuda del Cireneo, Jesús vuelve a caer. Le faltan las fuerzas. Ya le faltaron en Getsemaní, cuando tuvo que ser reconfortado por el ángel. Ha sido demasiado el sufrimiento y el escarnio desde su detención en el Huerto de los Olivos, la noche en las mazmorras del Sanedrín y las burlas y condena en el Pretorio de Pilato. Le faltan las fuerzas, pero no le falta el ánimo que le viene del Espíritu de Dios Padre. Y se pone en pie y sigue adelante, hacia el Calvario, hasta el final.

Muchas veces a nosotros nos faltan las fuerzas y, peor aún, nos falta el ánimo. Son tantos los problemas, las injusticias, las mentiras, las perversiones de todo tipo… que no sabemos qué hacer ni por dónde empezar. Y nos desanimamos.

Contemplando a Jesús en esta estación, vemos que hay que seguir, hay que levantarse. Sobre todo, hemos de pedirle a Dios su Espíritu de fortaleza.

Señor Jesús, ayúdame a ponerme en pie para seguirte hasta el final. Sobre todo, dame la fuerza de tu Espíritu para que no me desanime y pueda seguir cumpliendo tu voluntad, aunque me cueste.

“Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado’… Porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?.”

No sabemos cuántas fueron. Seguramente pocas, como siempre. Pero fueron una excepción y un gran consuelo. Hasta el punto de que el consuelo se convirtió en su consolador, invitándoles a no resignarse ante lo inevitable, y a luchar por sus hijos y por la humanidad.

La pasión de Jesús no es el dolor, sino el amor. La pasión de Jesús, la de Dios, es la humanidad, pero al mismo tiempo es cada ser humano, cada persona. Ante Jesús dolorido que es capaz de consolar, hemos de aprender la asignatura de la compasión.

Que Dios nos conceda la gracia de saber compadecer a sufrientes que encontramos en el camino de la vida.

Señor Jesús, tú que fuiste capaz de consolar y animar a aquellas piadosas mujeres afectadas por tu dolor, concédenos experimentar tu consuelo para poder nosotros consolar a los que sufren en nuestro entorno.