ESTAD SIEMPRE ALEGRES

Es la invitación de este tercer domingo de adviento: estar alegres.

No sé por qué, pero el inconsciente tiende a valorar como antagónicos o, al menos, difícilmente compatibles el trabajo, el esfuerzo y la lucha con la alegría.
Quizá por eso podría chirriar, después de la llamada del pasado domingo a preparar los caminos: allanando, rellenando, abajando, enderezando, igualando…; la invitación de hoy a estar siempre alegres.

Quizá por eso, también sea necesario recuperar la invitación del primer domingo a despertar, a estar atentos o, dicho de otra manera, a ser conscientes de lo que vivimos. Darnos cuenta así de que, lejos de ser incompatibles, es la alegría -acompañada habitualmente de la ilusión- la que hace llevaderos y llena de sentido nuestros trabajos y esfuerzos. “Trabaja con alegría y verás cómo te cuesta menos”, me decía mi padre.

Y claro está que no nos faltan motivos para la alegría; porque preparamos la llegada del enviado a dar la buena noticia a los pobres, a curar los corazones desgarrados, a proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.

Seguro que, en nuestros preparativos, esas realidades se van haciendo presentes.

¡Estad siempre alegres!

Oh Dios, que contemplas cómo tu pueblo espera con alegría la fiesta del nacimiento de tu Hijo Jesús, concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación y poder celebrarla con alegría desbordante.

Acogemos con agrado la invitación que nos haces hoy: “Estad siempre alegres”.

Padre, nos has dado tu Espíritu y nos envías al mundo para llevar, como tu Hijo Jesús, la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, para practicar la caridad con todos los que nos rodean.

Sólo así podremos ser felices, tratando de hacer felices a los demás.

Tus palabras, Señor, son espíritu y son vida. Hoy nos dices por medio de San Pablo: “No apaguéis el espíritu. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal”.

Te doy gracias por estas palabras que han brotado de tu Palabra con mayúscula que tu Hijo encarnado en la Virgen María.

Sabemos que con tu gracia podemos llevarlo a la práctica.

Entonces seremos tus testigos en el mundo, como Juan Bautista, para dar testimonio de la luz y la verdad, del amor y la paz.

Así otros muchos creerán en ti, como nos dice hoy el evangelio, y podrán seguir tu mensaje de amor y paz.  

Virgen María, causa de nuestra alegría ruega por nosotros.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:

  1. “Alegraos siempre en el Señor, os lo repito, alegraos”. Esta es la voluntad de Dios respecto a nosotros, nos dice la liturgia de este domingo. ¿Vivo de verdad con alegría? Se trata de una alegría que brota del interior; no es pasajera, de placeres momentáneos. ¿cuáles son las fuentes de donde brota mi alegría?
  2. “El Señor me ha ungido, me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados…” También nosotros, como cristianos, hemos sido ungidos en el bautismo, y más en la confirmación; y somos enviados a llevar la buena nueva del evangelio a los demás. ¿Soy consciente de esta misión evangelizadora de la Iglesia de la soy corresponsable? ¿Cómo puedo realizar esta misión en mi vida ordinaria?
  3. “Juan Bautista vino como testigo para dar testimonio de la luz” que es Jesucristo: “Yo soy la luz del mundo”. Como el Bautista, estamos llamados a dar testimonio de la luz, de la verdad, de la justicia, de la paz. Si estamos unidos a Jesucristo por la fe y por el amor, nos saldrá espontáneamente el ser sus testigos en el mundo. ¿Qué podemos hacer para ello de cara a la ya muy próxima Navidad?