Lunes Santo -S. SANTA 2024-

Evangelio del día

Lectura del Santo Evangelio según san Juan

(12, 1-11)

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.

María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.

Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».

Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.

Jesús dijo:
«Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».

Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.

Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Palabra de Dios.

Reflexión

Estos días en los que muchos aprovechamos para descansar, debemos de aprender de María, la hermana de Marta y de Lázaro, a darle a Jesús lo mejor, no solo de nuestras cosas físicas sino también de nuestro tiempo.

Que Jesús, sea el huésped de honor de nuestras vacaciones, como lo era en casa de aquellos buenos amigos de Betania. Démosle parte de nuestro tiempo; y también un lugar para estar con él. Bien merece lo mejor de nosotros mismos.

Como momento de Oración, estos días de la Semana Santa hemos pensado detenernos en las 14 estaciones del Vía Crucis.

Hoy lunes vamos a acompañar a Jesús en las cuatro primeras estaciones.

“Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¿Qué os parece? Y ellos contestaron: ‘Es reo de muerte (Mt 26, 65).

Las autoridades religiosas le condenan por blasfemo, porque se reconoce y dice ser Hijo de Dios.

Las autoridades políticas le condenan porque se reconoce y dice ser Rey. Y el pueblo le condena y le rechaza como hombre –“He aquí al hombre”– y opta por el corrupto Barrabás.

Cualquier pretexto es bueno para condenar a los seres humanos, para eliminar a los que nos molestan, para deshacerse de los disidentes, para liquidar a os diferentes.

Nunca faltan pretextos herir de palabra o de obra a los otros, para no dejar vivir a los demás.

¡Qué fácilmente condenamos a los demás! Nos olvidamos de tus palabras: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados”.

Perdón, Señor: Perdónanos por nuestra intolerancia, nuestra falta de comprensión, por nuestro desamor. Confiamos en tu perdón, fruto de tu amor.

“Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y cargando él mismo con la cruz, lo sacaron hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota” (Jn 19, 16-17).

 

La sentencia condena a Jesús a morir en la cruz. Era el castigo más humillante, para extranjeros, para criminales, para los peores enemigos.

Según la sentencia, el condenado debía llevar su propia cruz. Y Jesús carga con la cruz, la que le han preparado sus verdugos, la que le hemos preparado nosotros.

Sobre los hombros de Jesús pesan las cruces de todos. Todas las injusticias, crímenes, odios, mentiras; y sufrimientos que generan.

Sobre Jesús pesan todos los pecados del mundo. Porque es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

Perdón, Señor: Perdónanos porque hemos pecado contra ti. No somos dignos de llamarnos cristianos. Ayúdanos a cargar con nuestra responsabilidad, a cargar con nuestra cruz y seguirte.

“Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino. Y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido y se humillaba, y no abrió la boca: como cordero llevado al matadero” (Is 53, 6-7).

 

Después de la angustia en Getsemaní hasta sudar sangre, después de la horrible noche en las mazmorras del Sanedrín, después de horas en el Pretorio de Pilato, y de los castigos y burlas que sufrió, las fuerzas le abandonan y cae por tierra.

Todo podría terminar ahí. Pero aún queda camino, aún falta algo por cumplir. Y se levanta para seguir hasta el final.

Cuando me encuentre desanimado, que haya una palabra amable que me devuelva la esperanza. Cuando me vea caído, que haya una mano amiga que me ayude a levantarme. Cuando todo parece sin solución posible, que me acuerde de ti que, caído y sin fuerzas, te levantaste.

Esa palabra amable, esa mano amiga, esa fuerza interior eres tú, Señor, que nos garantizas la fortaleza de tu Espíritu para levantarnos.

Perdona, Señor Jesús, nuestro pesimismo y danos fuerzas y ánimo para seguirte con la cruz y seguir ayudando a los demás.

“Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten. Y será como un signo de contradicción. Y a ti misma una espada te traspasará el alma para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 34-35).

 

Desde el primer momento, María supo estar en su sitio: el de la esclava del Señor ante el anuncio del ángel; el escondido cuando las bodas de Caná. Siempre con Jesús, en los momentos fáciles y en los difíciles. En la calle de la amargura, al pie de la cruz. Siempre con su Hijo. Y siempre con sus hijos, con nosotros, acompañándonos en la vida y en la muerte.

María es la Madre de la Iglesia, la de los cristianos. Nuestra Madre. De ella aprendemos a estar en nuestro sitio, atentos a la Palabra de Dios, atentos a las necesidades del prójimo, como en las bodas de Caná. Como ella, queremos estar con Cristo: si morimos con él, viviremos con él.

Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, ahora y siempre, en los momentos de dificultad y también de alegría, y en la hora de nuestra muerte. Amén.