Sábado Santo -S. SANTA 2024-
Evangelio del día
Lectura del Santo Evangelio según san Marcos
(16, 1-7)
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:
– «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.
Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:
– «No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.
Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.»
Palabra de Dios.
Reflexión
Estamos a la espera, guardemos silencio.
Dios hoy, nos vuelve a llamar, viene a buscarnos y quiere encontrarse con nosotros en nuestras heridas y fragilidades, allí donde la oscuridad reina.
Después de la muerte de Jesús en la cruz (12ª estación), dos estaciones más.
“José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, con aromas de mirra y áloe para la sepultura.” (Jn 19, 38-39).
Ellos hicieron la no fácil tarea de bajar el cuerpo de la cruz. Y aunque no lo dicen los evangelios, la tradición nos ha transmitido con toda justicia la verdad incuestionable de que tu cuerpo fue acogido ante todo en los brazos de tu Madre María. Este hecho ha pasado a la historia en esa imagen que todos tenemos en la mente y en el corazón: la Piedad. Hoy queremos acompañar a tu Madre en este paso de la Piedad y decirla de verdad que, gracias a tus palabras en la cruz –“Mujer, ahí tienes a tu hijo”– es también Madre nuestra. Gracias, Jesús por haber entregado tu vida por nosotros. Gracias, María, porque nos amas como a hijos tuyos.
Señor Jesús, hoy sábado es día de silencio y de acompañar en la soledad a tu Madre, la Virgen María, que sufrió tu muerte al pie de la cruz y acogió tu cuerpo en sus brazos de madre.
Este gesto de amor con el cuerpo de Jesús muerto, lo describe perfectamente el evangelio de San Juan: “Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbre a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y, como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.” (Jn 19, 40-42).
Ahora, en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, se puede entrar hasta el mismo recinto en dónde fue depositado el cuerpo de Jesús. Ante Jesús muerto y malherido, queremos hoy hacerte esta oración:
No me mueve, mi Dios, para quererte/ el cielo que me tienes prometido;/ ni me mueve el infierno tan temido/ para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte/ clavado en esa cruz y escarnecido;/ muéveme el ver tu cuerpo tan herido;/ muévanme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera/ que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,/y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;/ pues, aunque lo espero, no esperara,/ lo mismo que te quiero, te quisiera. Amén.
Junto a estos versos entrañables de dolor y de amor, queremos afirmar nuestra esperanza de que la muerte de Jesús no acaba en el sepulcro, sino en la resurrección. Nos espera la aurora de Pascua para escuchar con gozo el anuncio: “No está aquí, ha resucitado”.